lunes, 25 de abril de 2011

Kiquí, el pollito qui



Una vez había una gallinita muy gordita, tan gordita que su dueño la bautizó en el nombre de Pipita. Un día, ella amaneció bulliciosa y llenó el gallinero con un alegre y continuo cacareo: icocorocó — cocorocó — cocorocó! Sus amigas estaban contentas porque sabían que esa mañana vestida de luz, Pipita había puesto su primer huevo.
Después de poco tiempo, de ese huevo de queso y lu­na, salió un hermoso pollo blanco. Su mamá le puso el nombre de Kiquí. Lo llamó así porque el pequeñín, desde que rompió el cascarón, se pasaba todo el día repitiendo: Ki — ki — ki. Sin duda, él quería aprender pronto esa canción colorada que cantaba su papá: ¡Kiquiriquiii - Kiquiriquiii!
Cuando el tiempo pasó por el gallinero, se entusiasmó al oír el fino tarareo de Kiquí y le regaló un lindo abrigo de plumas amarillas. Le dio como premio a sus esfuerzos por piar con elegancia el canto de sus abue­los, pero el pollo, pese al regalo, no se sintió satisfe­cho. El chiquitín tenía una pena muy honda porque no podía aprender las notas de esa música tan anti­gua, aunque las llevaba muy adentro. Por ello, digiriéndose a Pipita, se quejó:
- Mami, no puedo cantar como mi papi, no puedo. Es que yo oigo tantos ruidos en el campo y me confundo. Verá mami, cuando estoy repasando, unos dicen: miau — miau; otros: muu — muu o cua — cua, y yo no sé cómo es mi canto.
-Ten paciencia— contestó Pipita — con tu de­dicación estoy segura que triunfarás.
Así, animado por el cariño de su madre, Kiquí se de­cidió a vencer todas las dificultades y, en poco tiem­po, ensayó su voz: ¡Kiquirimiauu — Kiquirimiauu!
—No, no es así — gritó su madre un poco asus­tada, No se canta: ¡Kiquirimiauu!, miauu dicen los gatos barbudos, esos que retuercen el viento cuando cazan ratones. Los gallitos cantan: ¡Kiquiriquiii —Kiquiriquiii!
El pollo siguió practicando las lecciones que le daba su papá y en sus cuadernos de col leía diariamente esas notas de grana. Después, tras muchos repasos, otra vez lanzó al campo su melodía: ¡Kiquirimuu — Kiquirimuu!
— ¡Calla, hijito, te van a oír los vecinos! — ex­clamó angustiada Pipita. Luego, llevándolo cerca del prado, le dijo: Kiquí, tú no has atendido las clases que te dicta tu papi, él jamás ha entonado un kiquiri-muu, muu hacen las vaquitas gordiflonas, esas que siempre están comiendo esmeraldas junto al río. Los gallitos cantan: iKiquiriquiii — Kiquiriquiii!
Los días pasaban y el pico de Kiquí crecía, su vestido de yema recién puesta ya se había llenado de brillan­tes colores. ¿Y su canto? ¿Quieren saber qué pasó con su canto? Pues bien, durante ese tiempo, los me­jores maestros del gallinero organizaron concursos de coros, dúos y solistas para perfeccionar el canto de los pollitos que lucirían mucetas de cresta en la gradua­ción del "Kinder", y como Kiquí había participado en todos ellos, lleno de confianza regó su música en el viento: ¡Kiquiriquicua — cua — Kiquiriquicua — cua!
— No, Kiquí, no canturrees así — le interrumpió su mamacita, y luego, con afecto, le dijo: Kiquí, tu papi no canta ¡Kiquiriquicua — cua!, cua — cua — dicen los patos chiquitos de nieve cuando ríen sobre el sueño azul de la laguna. Los gallos cantan: ¡Kiqui-riquiii — Kiquiriquiii!
El tiempo no se detuvo y una mañana, cuando el día recién se cubría de sol, las aves del gallinero desperta­ron alarmadas por un aleteo continuo: era Kiquí tra­tando de subir a un palo alto y cercano.
— ¡Ese no es un lugar para gallos! —le gritaron sus compañeros. Y tenían razón. Todos sabían que allí, en el pizarrón del viento, el loro Coquito dibuja­ba sus piruetas de plumas. Pero Kiquí no les hizo ca­so y siguió intentándolo hasta que llegó a la parte más alta. Allí, con pasitos y modales de gran señor, dio unas vueltecitas luciendo el orgullo en su pecho. Sus vecinos y parientes lo miraron extrañados. De pron­to, Kiquí se detuvo, arregló graciosamente su sombre­ro de amapola, hizo una venia muy cortés y... desgra­nó su canto: ¡Kiquiriquiii Kiquiriquiii!
Las notas se escucharon armoniosas. Parecía que el día cantaba su victoria. Pipita estaba emocionada:
— iBravo Kiquí, ya sabes cantar como tu papá!
— ¡Bravo! — gritaron ruidosas las otras avecitas y demostraron su regocijo batiendo sus alas en aplausos de colores.
Después, el gallo más viejo de todos, llamó a Kiquí y, cuando el gallito vino, en su pescuezo lustroso le col­gó una hermosa cinta de hierbas que decía, en letras de maíz: DESPERTADOR DEL GALLINERO.
Kiquí estaba feliz, no sólo por el cargo que le habían encomendado, sino porque un gozo antiguo recorría su cuerpo y lo hacía sentir, ahora sí, un verdadero ga­llito.
Desde ese día, con nueva ilusión, Kiquí espero a las mañanas para coronarlas con el rubí de su canto: ¡Kiquiriquiii — Kiquiriquiii!

Y colorín colorado, el esfuerzo de Kiquí, ha triunfado.

1 comentario:

  1. Cuento editado por la Fundación Ecuatoriana para el Libro Infantil y Juvenil (FELIJ)

    1984

    Premiado en el Concurso Nacional convocado por la Subsecretaría de Cultura y Unión Nacional de Periodistas. Quito, 1982.

    ResponderEliminar