Una vez
había una gallinita muy gordita, tan gordita que su dueño la bautizó en el
nombre de Pipita. Un día, ella amaneció bulliciosa y llenó el gallinero
con un alegre y continuo cacareo: icocorocó — cocorocó — cocorocó! Sus
amigas estaban contentas porque sabían que esa mañana vestida de luz,
Pipita había puesto su primer huevo.
Después
de poco tiempo, de ese huevo de queso y luna, salió un hermoso pollo blanco.
Su mamá le puso el nombre de Kiquí. Lo llamó así porque el pequeñín, desde
que rompió el cascarón, se pasaba todo el día repitiendo: Ki — ki — ki.
Sin duda, él quería aprender pronto esa canción colorada que cantaba su papá:
¡Kiquiriquiii - Kiquiriquiii!
Cuando
el tiempo pasó por el gallinero, se entusiasmó al oír el fino tarareo de Kiquí
y le regaló un lindo abrigo de plumas amarillas. Le dio como premio a sus esfuerzos
por piar con elegancia el canto de sus abuelos, pero el pollo, pese al regalo,
no se sintió satisfecho. El chiquitín tenía una pena muy honda porque no podía
aprender las notas de esa música tan antigua, aunque las llevaba muy adentro.
Por ello, digiriéndose a Pipita, se quejó:
- Mami,
no puedo cantar como mi papi, no puedo. Es que yo oigo tantos ruidos en el
campo y me confundo. Verá mami, cuando estoy repasando, unos dicen:
miau — miau; otros: muu — muu o cua — cua, y yo no sé cómo es mi canto.
-Ten
paciencia— contestó Pipita — con tu dedicación estoy segura que triunfarás.
Así,
animado por el cariño de su madre, Kiquí se decidió a vencer todas las
dificultades y, en poco tiempo, ensayó su voz: ¡Kiquirimiauu — Kiquirimiauu!
—No, no
es así — gritó su madre un poco asustada, No se canta: ¡Kiquirimiauu!, miauu
dicen los gatos barbudos, esos que retuercen el viento cuando cazan
ratones. Los gallitos cantan: ¡Kiquiriquiii —Kiquiriquiii!
El
pollo siguió practicando las lecciones que le daba su papá y en sus
cuadernos de col leía diariamente esas notas de grana. Después, tras muchos
repasos, otra vez lanzó al campo su melodía: ¡Kiquirimuu — Kiquirimuu!
—
¡Calla, hijito, te van a oír los vecinos! — exclamó angustiada Pipita. Luego,
llevándolo cerca del prado, le dijo: Kiquí, tú no has atendido las clases que
te dicta tu papi, él jamás ha entonado un kiquiri-muu, muu hacen las vaquitas
gordiflonas, esas que siempre están comiendo esmeraldas junto al río. Los gallitos
cantan: iKiquiriquiii — Kiquiriquiii!
Los días
pasaban y el pico de Kiquí crecía, su vestido de yema recién puesta ya se había
llenado de brillantes colores. ¿Y su canto? ¿Quieren saber qué pasó con
su canto? Pues bien, durante ese tiempo, los mejores maestros del gallinero
organizaron concursos de coros, dúos y solistas para perfeccionar el canto
de los pollitos que lucirían mucetas de cresta en la graduación del
"Kinder", y como Kiquí había participado en todos ellos, lleno
de confianza regó su música en el viento: ¡Kiquiriquicua — cua —
Kiquiriquicua — cua!
— No, Kiquí, no canturrees así — le interrumpió su mamacita,
y luego, con afecto, le dijo: Kiquí, tu papi no canta ¡Kiquiriquicua — cua!,
cua — cua — dicen los patos chiquitos de nieve cuando ríen sobre el sueño azul
de la laguna. Los gallos cantan: ¡Kiqui-riquiii — Kiquiriquiii!
El
tiempo no se detuvo y una mañana, cuando el día recién se cubría de sol, las
aves del gallinero despertaron alarmadas por un aleteo continuo: era Kiquí tratando
de subir a un palo alto y cercano.
— ¡Ese
no es un lugar para gallos! —le gritaron sus compañeros. Y tenían razón.
Todos sabían que allí, en el pizarrón del viento, el loro Coquito dibujaba
sus piruetas de plumas. Pero Kiquí no les hizo caso y siguió intentándolo
hasta que llegó a la parte más alta. Allí, con pasitos y modales de gran
señor, dio unas vueltecitas luciendo el orgullo en su pecho. Sus vecinos
y parientes lo miraron extrañados. De pronto, Kiquí se detuvo, arregló
graciosamente su sombrero de amapola, hizo una venia muy cortés y... desgranó
su canto: ¡Kiquiriquiii - Kiquiriquiii!
Las
notas se escucharon armoniosas. Parecía que el día cantaba su victoria. Pipita
estaba emocionada:
— iBravo
Kiquí, ya sabes cantar como tu papá!
— ¡Bravo!
— gritaron ruidosas las otras avecitas y demostraron su regocijo batiendo sus
alas en aplausos de colores.
Después,
el gallo más viejo de todos, llamó a Kiquí y, cuando el gallito vino, en su
pescuezo lustroso le colgó una hermosa cinta de hierbas que decía, en letras de
maíz: DESPERTADOR DEL GALLINERO.
Kiquí
estaba feliz, no sólo por el cargo que le habían encomendado, sino porque un
gozo antiguo recorría su cuerpo y lo hacía sentir, ahora sí, un verdadero
gallito.
Desde
ese día, con nueva ilusión, Kiquí espero a las mañanas para coronarlas con el rubí
de su canto: ¡Kiquiriquiii — Kiquiriquiii!
Y colorín
colorado, el esfuerzo de Kiquí, ha triunfado.
Cuento editado por la Fundación Ecuatoriana para el Libro Infantil y Juvenil (FELIJ)
ResponderEliminar1984
Premiado en el Concurso Nacional convocado por la Subsecretaría de Cultura y Unión Nacional de Periodistas. Quito, 1982.