martes, 10 de mayo de 2011

Maritín la mariposa vanidosa


Mientras multitudes de insectos musitaban sus faenas o se sumergían insignificantes en la tierra, el día, colgado del cielo, caía en jirones sobre la magia del jardín.

De entre los laboriosos, las mariposas eran las más alborotadas... y tenían razón: esperaban el surgimiento de la crisálida que sería, según la imaginación de todas, la gloria del vergel. Por eso, impacientes, a diario comentaban la belleza de aquel capullo fresco, cuyos hilos semejaban un envoltorio de lluvia.

Una emoción cromática las agitó en revoloteos continuos cuando brotó la mariposa exquisita. Es que ésta, en la delicadeza de sus formas, lucía los colores de una reina. Allí estaban, como en un mundo de ensueño, la transparencia del trino y la fragancia del rosal, la sonrisa casta de la luna, el azul de la mañana y el brillo del trigal.
Maritín, ese era su nombre sonoro y dulce, escuchó en silencio las alabanzas de los suyos, y luego, mirándolos con indiferencia, dijo:
— ¡Retiraos parientes vulgares! ¿No apreciáis mi distinción? ¡Vuestra presencia no merece estar junto a la mía!
Al escucharla, un desencanto frío estremeció sus cuerpecillos y todo su entusiasmo por la recién nacida desapareció. Luego, una a una, estamparon el viento con vaivenes morosos.

— ¡Por fin se fueron esas impertinentes! ¡Pero, qué atrevidas, juntarse a mí como si fuesen mis iguales, como si tuviesen mis encantos o mi finura!



Así, pregonando furias y primores, se alejó: iba en busca de alimento. En el viaje, su genio fatuo se alteró de nuevo al pasar cerca de unas florecillas humildes... y las ofendió:
— ¡Qué ridículas! ¡Y cómo huelen! ¡Prefiero morir y no posarme sobre sus corolas grotescas!

Maritín gozó con la vergüenza que experimentaron las plantitas y, para herirlas más, disfrutó largamente meciéndose entre los pétalos de las flores agraciadas y esbeltas.
— ¡Hola, Maritín! —gritaron unas maripositas que se divertían por el prado—. ¡Ven con nosotras! ¡Ven!
— ¡Yo no me mezclo con cualquiera! ¡Seguid vuestro camino!


Las mariposas despreciadas, al igual que las flores, entristecieron tanto que preocuparon a los habitantes del jardín. Estos trataron de consolarlas de mil maneras, pero no lo consiguieron. Disgustada, la azucena, dirigiéndose a todos, manifestó:
—Es hora de dar una lección a esa vanidosa. Des¬de que ella nació, nuestro jardín ha perdido la alegría y ha ganado lágrimas.

El perfume pulcro de esa flor interpretó el sentir general, y luego, al unísono, se decidieron las sanciones.
Maritín, como de costumbre, despertó con un apetito insaciable y fue en busca de los mejores manjares. Pero ese día, sin saber por qué, le sucedió algo raro, incomprensible. Sus flores favoritas, las que tanto amaba, le negaron su alimento. Sorprendida, una y otra vez intentó posarse, mas aquellas le impidieron cerrando sus corolas.

Hambrienta y desconsolada, buscó las coronillas modestas que antaño desdeñó; pero su soberbia pudo más:

— ¡Prefiero morir! ¡Prefiero morir!

Después, en un rincón lejano y sombrío, se quedó. Sus colores vivos y chispeantes empalidecieron poco a poco, mientras un fin opaco terminaba con su vida de luz y viento.
Maritín, sin poderse contener, lloró amargamente.

—Sufres sin motivo, Maritín —exclamó conmovida una violeta que se escondía muy cerca del lugar.
—Es que ellas... ellas tratan de matarme, y yo... yo no les hice nada.
—Nadie quiere hacerte daño. Tú presumes de elegancias y noblezas y con tu desdén apartas el amor y el aprecio de los tuyos. Como ves, la vanidad es la única causa de tu desgracia.

Maritín ya no contestó. El sufrimiento que sentía la enmudeció hasta el amanecer. Cuando este vino, el jardín se sobresaltó ante la presencia extraña de una mariposa barrosa y vieja, cuya simpatía cautivó a todas. ¡Era de verla! Volaba de aquí para allá, repartiendo bondades y alegrías generosamente. Muy complacidas, las flores más finas se disputaban la gloria de recibir a esa mariposa feúcha y buena. De pronto, el asombro fue mayúsculo cuando advirtieron que en esas alas lodosas aparecían, paulatinamente, matices inesperados y hermosos.

— ¡Es Maritín! ¡Es Maritín!
— ¡Sí, es ella! —Afirmaron las violetas— pero no es la misma. Nuestra acción la ha transformado.

Al escuchar estas palabras surgió un desconcierto alegre. Entre el bullicio, la armonía brindó su música silenciosa y rítmica y sus notas apacibles envolvieron la vocecilla de Maritín:

—Perdónenme hermanas, mi orgullo fue vano. Gracias a ustedes comprendí que mi belleza, por sí misma, no vale nada. Es tan solo un bien pasajero. Hoy sé que lo grandioso, lo que valoriza a los seres, brota del proceder sencillo y de las obras que efectuemos en beneficio propio y en el de los demás.

Una infinita ternura recorrió el aroma de los prados, mientras Maritín, seguida de una corte espléndida, con sus besos los cubrió.




miércoles, 27 de abril de 2011

Kikí, por Laura


Laura, de España, imaginó así a Kiquí.

ADIVINANZAS

1
Por mi tronco subes
a comer las nubes,
por mi tronco bajas
a pisar las pajas,
y en mis copas suaves
duermen tiernas aves

2
Teje la tejedora
su telita de cristal,
teje la tejedora
sin agujas de metal.


3
Por tu boquita,
boquita arriba,
te lleno toda,
toda la barriga.


4
A la ruru ruru raca,
salgo de la vaca,
a la ruru ruru rito,
muy blanco el chorrito.


5
Están en tus manos,
están en tus pies,
y si los contamos
llegamos a diez.


6
Cuando te veo me ves,
cuando me ves te veo,
y no te parezco feo.


7
La noche tiene un ojo,
un ojo de plata fina,
y usted será muy flojo,
muy flojo si no adivina.


8
Posa la buena moza
en casa de Mariflor,
posa la buena moza
escondida en su color.


9
El pollito: quío - pío
la mamá: cocorocó,
pero el recién nacido,
ni pío, ni qui, ni co.


10
Esqueleto de carrizo,
bello cuerpo de papel,
subo al viento y yo le rizo
aunque no lo quiera él.


11
Aplancha Pancha,
la aplanchadora,
haciendo chis
a toda hora.


12
Rasca que raspa y brilla,
rasca que raspa más,
y si insistes mi chiquilla
pronto lo encenderás.


13
Si a la iglesia miras,
en su cumbre encontrarás
dos puntitos y dos tiras
y su nombre me dirás.


14
Mis plumajes blandos
tienen un picote,
mis dos piernas, zancos,
y hundido el cogote.


15
Con mis dientes no devoro,
pero en tu arreglo colaboro.


16
Si me mojas hago espuma
con ojitos de cristal,
y tu cuerpo se perfuma
mientras llega mi final.


17
En el mar siempre va
llena,
y en la tierra, ni vacía ni
llena.


18
De chiquita estaba en la
vaca,
y de grande, por mi letra
"turra",
me pusieron en a burra.


19
Cien pasos da mi
compadre
y no le compra zapatos
su madre.


20
Si por las sílabas cortamos,
del zapato tengo dos,
del tomate a primera
y ninguna de la pera.


21
Sin ser árbol
tengo hojas
sin ser bestia,
un buen lomo,
y mi nombre
en cada tomo.


22
Unas jugadas finas
y se oye el primer jaque,
y a ti, si no adivinas,
pronto te damos mate.


23
Escalones cuesta abajo,
no me dan trabajo;
escalones cuesta arriba,
no me dan fatiga.
Quien sepa mi nombre,
¡qué lo diga!


24
Estoy al final de la tierra,
en el aire y en el mar,
y por más que lo quieras
no podrás adivinar.


25
Por las pajas muy feliz
yo danzo una danza gris,
y mi madre, peliblanca,
danza una danza blanca
con orejas, pata y panza.


26
Adivina, adivinanza,
quién salta montes
de esperanza?


27
Soy una señora
muy aseñorada,
y hora tras hora
me paso acostada.


28
Vivo muy alto en la luna,
pero también en el suelo,
día y noche en tu cuna
y en los cuentos del abuelo.


29
Lleno de virutas
y de mil costuras,
por mi edad me cuento
entre criaturas,
pero al fin de año,
sin motivo alguno,
saltan festejando
porque me consumo...
y sólo quedo en humo.


30
Aunque mi sonido te digo,
no me adivinas, amigo.


31
A la liru liru la, matán,
a la liru tirulán
cantando están
Su nombre me dirán?


32
Por la noche limpia dama
y en el día una ilusión,
ojalá salga mañana
con su traje de algodón.


33
Si escribes como es,
soy de la selva e rey,
si escribes al revés,
soy tu papá Noel.


34
Aunque no me muevo,
paso el río de acero
con un brinco certero.



RESPUESTAS
  1. el árbol
  2. la araña
  3. la comida
  4. la leche
  5. los dedos
  6. el espejo
  7. la luna
  8. la mariposa
  9. el huevo
  10. la cometa
  11. la plancha
  12. el fósforo
  13. la letra i
  14. la cigüeña
  15. la peinilla
  16. el jabón
  17. la ballena
  18. la letra b
  19. el cienpiés
  20. el zapato
  21. el libro
  22. el ajedrez
  23. las escaleras
  24. la letra a
  25. los conejos
  26. el saltamontes
  27. la almohada
  28. la letra u
  29. el año viejo
  30. la letra t
  31. el matantiruntirulá
  32. la luna
  33. el león
  34. el puente

lunes, 25 de abril de 2011

Ecuador, cuentos de mi país de Edna Iturralde y Mercedes Falconí y Alfonso Barrera y Eliécer Cárdenas y Teresa Crespo y Renán de la Torre y Raquel Rodas y Hernán Rodríguez Castelo - Sinopsis, descargas y comentarios | Santillana Ediciones Generales Ecuador

Ecuador, cuentos de mi país de Edna Iturralde y Mercedes Falconí y Alfonso Barrera y Eliécer Cárdenas y Teresa Crespo y Renán de la Torre y Raquel Rodas y Hernán Rodríguez Castelo - Sinopsis, descargas y comentarios | Santillana Ediciones Generales Ecuador

Kiquí, el pollito qui



Una vez había una gallinita muy gordita, tan gordita que su dueño la bautizó en el nombre de Pipita. Un día, ella amaneció bulliciosa y llenó el gallinero con un alegre y continuo cacareo: icocorocó — cocorocó — cocorocó! Sus amigas estaban contentas porque sabían que esa mañana vestida de luz, Pipita había puesto su primer huevo.
Después de poco tiempo, de ese huevo de queso y lu­na, salió un hermoso pollo blanco. Su mamá le puso el nombre de Kiquí. Lo llamó así porque el pequeñín, desde que rompió el cascarón, se pasaba todo el día repitiendo: Ki — ki — ki. Sin duda, él quería aprender pronto esa canción colorada que cantaba su papá: ¡Kiquiriquiii - Kiquiriquiii!
Cuando el tiempo pasó por el gallinero, se entusiasmó al oír el fino tarareo de Kiquí y le regaló un lindo abrigo de plumas amarillas. Le dio como premio a sus esfuerzos por piar con elegancia el canto de sus abue­los, pero el pollo, pese al regalo, no se sintió satisfe­cho. El chiquitín tenía una pena muy honda porque no podía aprender las notas de esa música tan anti­gua, aunque las llevaba muy adentro. Por ello, digiriéndose a Pipita, se quejó:
- Mami, no puedo cantar como mi papi, no puedo. Es que yo oigo tantos ruidos en el campo y me confundo. Verá mami, cuando estoy repasando, unos dicen: miau — miau; otros: muu — muu o cua — cua, y yo no sé cómo es mi canto.
-Ten paciencia— contestó Pipita — con tu de­dicación estoy segura que triunfarás.
Así, animado por el cariño de su madre, Kiquí se de­cidió a vencer todas las dificultades y, en poco tiem­po, ensayó su voz: ¡Kiquirimiauu — Kiquirimiauu!
—No, no es así — gritó su madre un poco asus­tada, No se canta: ¡Kiquirimiauu!, miauu dicen los gatos barbudos, esos que retuercen el viento cuando cazan ratones. Los gallitos cantan: ¡Kiquiriquiii —Kiquiriquiii!
El pollo siguió practicando las lecciones que le daba su papá y en sus cuadernos de col leía diariamente esas notas de grana. Después, tras muchos repasos, otra vez lanzó al campo su melodía: ¡Kiquirimuu — Kiquirimuu!
— ¡Calla, hijito, te van a oír los vecinos! — ex­clamó angustiada Pipita. Luego, llevándolo cerca del prado, le dijo: Kiquí, tú no has atendido las clases que te dicta tu papi, él jamás ha entonado un kiquiri-muu, muu hacen las vaquitas gordiflonas, esas que siempre están comiendo esmeraldas junto al río. Los gallitos cantan: iKiquiriquiii — Kiquiriquiii!
Los días pasaban y el pico de Kiquí crecía, su vestido de yema recién puesta ya se había llenado de brillan­tes colores. ¿Y su canto? ¿Quieren saber qué pasó con su canto? Pues bien, durante ese tiempo, los me­jores maestros del gallinero organizaron concursos de coros, dúos y solistas para perfeccionar el canto de los pollitos que lucirían mucetas de cresta en la gradua­ción del "Kinder", y como Kiquí había participado en todos ellos, lleno de confianza regó su música en el viento: ¡Kiquiriquicua — cua — Kiquiriquicua — cua!
— No, Kiquí, no canturrees así — le interrumpió su mamacita, y luego, con afecto, le dijo: Kiquí, tu papi no canta ¡Kiquiriquicua — cua!, cua — cua — dicen los patos chiquitos de nieve cuando ríen sobre el sueño azul de la laguna. Los gallos cantan: ¡Kiqui-riquiii — Kiquiriquiii!
El tiempo no se detuvo y una mañana, cuando el día recién se cubría de sol, las aves del gallinero desperta­ron alarmadas por un aleteo continuo: era Kiquí tra­tando de subir a un palo alto y cercano.
— ¡Ese no es un lugar para gallos! —le gritaron sus compañeros. Y tenían razón. Todos sabían que allí, en el pizarrón del viento, el loro Coquito dibuja­ba sus piruetas de plumas. Pero Kiquí no les hizo ca­so y siguió intentándolo hasta que llegó a la parte más alta. Allí, con pasitos y modales de gran señor, dio unas vueltecitas luciendo el orgullo en su pecho. Sus vecinos y parientes lo miraron extrañados. De pron­to, Kiquí se detuvo, arregló graciosamente su sombre­ro de amapola, hizo una venia muy cortés y... desgra­nó su canto: ¡Kiquiriquiii Kiquiriquiii!
Las notas se escucharon armoniosas. Parecía que el día cantaba su victoria. Pipita estaba emocionada:
— iBravo Kiquí, ya sabes cantar como tu papá!
— ¡Bravo! — gritaron ruidosas las otras avecitas y demostraron su regocijo batiendo sus alas en aplausos de colores.
Después, el gallo más viejo de todos, llamó a Kiquí y, cuando el gallito vino, en su pescuezo lustroso le col­gó una hermosa cinta de hierbas que decía, en letras de maíz: DESPERTADOR DEL GALLINERO.
Kiquí estaba feliz, no sólo por el cargo que le habían encomendado, sino porque un gozo antiguo recorría su cuerpo y lo hacía sentir, ahora sí, un verdadero ga­llito.
Desde ese día, con nueva ilusión, Kiquí espero a las mañanas para coronarlas con el rubí de su canto: ¡Kiquiriquiii — Kiquiriquiii!

Y colorín colorado, el esfuerzo de Kiquí, ha triunfado.